Cada país tiene su aristocracia económica y en Portugal estaba encarnada por la familia Espirito Santo. Tres siglos ilustran a una saga que se le puede comparar con los Botín en España o los Agnelli en Italia, que solo perdió su capacidad de influencia durante la revolución de 1974 cuando fue nacionalizada la banca. Pero Ricardo Salgado, el ex presidente del Banco y del grupo, acusado de blanqueo de dinero, recuperó las posesiones de la familia exiliada durante la dictadura militar a mediados de los ochenta y a reconstruir un imperio desde las cenizas, expandiendo sus negocios por Brasil, Angola y Luxemburgo. En país africano se comenzó a cavar la tumba de la familia.
Un inmenso agujero en su filial bancaria con extraños pasivos entre las
empresas del holding terminaron por fagocitar a todo el grupo, incluido el Banco Espirito Santo (BES). Las autoridades portuguesas viendo la que se venía encima expulsaron a Salgado, tras 22 años al frente de la entidad, y a toda la familia de todos los órganos de dirección. La intención era encontrar inversores que compraran la entidad. Pero según se iban sabiendo los trapos sucios de los Espirito Santo, a la misma velocidad se conocía los problemas reales del banco.
El primer banco privado del país, que había resistido toda la crisis sin ayudas públicas, que había levantado más de 3.000 millones en los momentos más difíciles con Portugal rescatada y con todo el sistema financiero europeo bajo sospecha, que tenía inversiones en los principales sectores económicos del país, terminó siendo rescatado.
Nueva forma de rescate bancario
Con BES se puso a prueba un nuevo sistema de rescate bancario que encajara con la Unión Bancaria. El gobierno portugués y el Banco de Portugal diseñaron un plan de recapitalización para que el coste de recapitalización no recayera sobre los clientes ni el contribuyente y toda la carga la soporte los actuales
accionistas, acreedores y el resto del sistema financiero. Pero sin los recursos necesarios y sin la entrada en vigor de la nueva regulación, el Estado tuvo que financiar 4.700 millones de los 4.900 millones que se inyectaron a la entidad a través del Fondo de Resolución, un instrumento creado en 2012 para sanear a la banca y parecido al Frob español pero con recursos de los propios bancos.
El problema es que el Fondo apenas disponía de 180 millones y el resto lo aportó el Estado gracias a línea de crédito de 6.400 millones que el país todavía tenía abierta del pasado rescate de 78.000 millones. La financiación pública será asumida por el sector bancario luso en los dos próximos años, para cumplir con las exigencias de Bruselas.
La inyección de capital se destinó a un nuevo BES, que nació con el nombre de Novo Banco, que pasó a ser controlado al 100% por el Fondo de Resolución para garantizar un funcionamiento normal con un Core Tier del 8,5%.
La peor parte del rescate se la llevaron los accionistas y tenedores de deuda subordinada que formaron parte del banco malo donde se aglutina la deuda problemática con las empresas del holding Espirito Santo y la filial angoleña del banco con la intención de liquidarlo lo antes posible.
Los planes para Novo Banco son sacar el capital público de la entidad lo antes posible con su venta. Pero surgieron problemas con la directiva que impuso el Banco de Portugal con Vitor Bento a la cabeza. El dirigente estuvo dos meses al frente de la identidad y una vez reflotada quería estabilizarla y aumentar su
rentabilidad antes de ponerla en venta.
A Bento no le quedó más remedio que dimitir. Ahora superado los test de estrés donde han quedado retratados todos los bancos europeos, las autoridades portuguesas esperan que las entidades más fuertes se interesen por Novo Banco, que quedó excluido de las pruebas de resistencia. En las apuestas, Santander, BBVA y Bradesco están a la cabeza.