Las expresiones novedosas casi siempre siguen el mismo ciclo: aparecen en lo alto de una cumbre, brillantes y expresivas. Luego van rodando ladera abajo, enredándose y contaminándose con otros términos cercanos, en general por efecto de quienes quieren hacer creer que todo está ya inventado. Y finalmente llegan al valle, donde pierden casi toda su […]
Dirigentes Digital
| 31 oct 2017
Las expresiones novedosas casi siempre siguen el mismo ciclo: aparecen en lo alto de una cumbre, brillantes y expresivas. Luego van rodando ladera abajo, enredándose y contaminándose con otros términos cercanos, en general por efecto de quienes quieren hacer creer que todo está ya inventado. Y finalmente llegan al valle, donde pierden casi toda su fuerza, pasando en ocasiones a convertirse en manidos arquetipos, tan generalizados que prácticamente carecen ya de significado. Este fue el caso de la inteligencia emocional, como el de tantos otros términos. El proceso ha sido tan significativo que en muchos casos se habla solo de lo segundo, las emociones, y no de lo primero, que es la inteligencia. De esta manera, se obvia el importante dato de que esta habilidad es, sobre todo, una manera de conseguir unos fines determinados a partir de determinados medios. Sea como sea, a caballo de formadores más o menos profesionales, coaches más o menos certificados, y un buen puñado de oportunistas que vieron en el novedoso término otra manera más de ganar notoriedad, la inteligencia emocional llegó al valle, donde ha perdido ya casi su capacidad explicativa. Es verdad que hemos pasado mucho tiempo desatendiendo las emociones. Y es también cierto que las personas que son capaces de reconocer tanto sus emociones como las ajenas, y de utilizar esa información para regular la interacción social, son más capaces de conseguir sus fines. Sin embargo, un asunto muy diferente es cuando se pasa de la gestión que incorpora las emociones a la gestión basada en emociones. Es decir, cuando el mundo emocional lo inunda todo, y no hay otro aspecto al que atender que a cómo se siente tal o cual persona. En suma, cuando se pasa de la inteligencia emocional a la emoción descontrolada. Cuando eso ocurre, los profesionales se ven legitimados para acometer primero aquellas tareas que más les inquietan o preocupan, sin que sean necesariamente las más importantes, o ni siquiera las más urgentes. Esto ocurre, entre otras cosas, porque entre las cuestiones que más angustian a algunos profesionales está perder control o recursos, o simplemente perder status. Y así es que, en ocasiones, se invierte energía en restaurar la serenidad y la calma en lugar de en aquellos asuntos que realmente deben requerir atención y esfuerzo. Ser emocionales no es un deseo ni una aspiración. Es una cualidad de las personas. Y ser emocionalmente inteligentes no tiene que ver, necesariamente, con ser más expresivos o afectivos. Tiene que ver con incorporar la identificación de las propias emociones y las de las otras personas en la consecución de objetivos. Por eso es una forma de inteligencia. Jesús Alcoba Director La Salle International Graduate School of Business