Una de las numerosas distorsiones que implican las actuales y heteredoxas políticas monetarias es el prisma con el que muchos inversores afrontan la elección de renta fija o variable. Todo viene marcado por un nivel de tipos negativos/cero que ha cambiado la visión sobre la potencialidad del activo en el que invertimos y que, en […]
Dirigentes Digital
| 05 dic 2016
Una de las numerosas distorsiones que implican las actuales y heteredoxas políticas monetarias es el prisma con el que muchos inversores afrontan la elección de renta fija o variable. Todo viene marcado por un nivel de tipos negativos/cero que ha cambiado la visión sobre la potencialidad del activo en el que invertimos y que, en la actualidad, se está centrando en el corto plazo, con los riesgos que ello conlleva. Este cambio se está observando tanto en los inversores en renta fija, que buscan las ganancias de capital frente a la rentabilidad interna, como en el inversor en renta variable, que encuentra un argumento más sólido en la rentabilidad por dividendo que en la expectativa de revalorizaciones futuras. Empezando por la renta fija, los bajos niveles de interés en los que nos movemos no están impidiendo que los inversores sigan comprando deuda y bonos corporativos con tasas negativas o cercanas a cero. Esto sólo tiene sentido si el inversor espera obtener una ganancia de capital en la operación que realiza, es decir, comprar hoy más barato para venderlo más caro en el futuro. No hay nada censurable en esta estrategia, pero el problema viene cuando descomponemos los retornos generados por la renta fija desde un punto de vista histórico. En el caso de la deuda corporativa, no podemos olvidar que un bono no incorpora en su cotización (al final de la vida del bono nos van a pagar el nominal) los factores que generan valor para la empresa en el largo plazo. Por lo tanto, el retorno que obtiene ese inversor a largo plazo tiene que ver con la rentabilidad interna que obtenemos en el momento de la compra del bono y no tanto con su precio. Como se puede observar en el gráfico, el retorno obtenido por los inversores en los fondos de renta fija se explica principalmente por los cupones y muy poco por las variaciones de los precios.
En el caso de la renta variable, la rentabilidad por dividendo explica un 42% de la evolución de las rentabilidades de los índices en el largo plazo, dejando el 58% restante a la evolución de los precios, que si que incorporan factores como el crecimiento de la inflación y los beneficios.
Es una de las muchas particularidades que nos ha tocado vivir estos días, un cambio de roles entre el inversor de renta fija y de renta variable que puede llevar a estimaciones de rentabilidades futuras equivocadas.
El inversor de renta fija debería ser consciente de las bajas expectativas que tiene invirtiendo a tipo fijo y a largo plazo en los momentos actuales y que una estrategia defensiva puede permitirle protegerse y mantener la capacidad para invertir a tipos más altos en un futuro.
En cuanto a la renta variable, en términos generales las posibilidades están acotadas por los niveles de valoración de las Bolsas, pero el inversor cuenta con la posibilidad de encontrar empresas en las que el argumento no sólo sea la rentabilidad por dividendo, sino también el crecimiento de la compañía por la generación de caja y el incremento de los beneficios.
David Ardura es subdirector de gestión de Gesconsult.