La posibilidad de que los museos intercambien temporalmente sus obras contribuye a buscar relaciones, a establecer nuevos cauces de comunicación y eso es lo que ha sucedido en este caso. La Santa Faz de Francisco de Zurbarán, que forma parte de la exhibición permanente del Museo Nacional de Escultura, se expondrá próximamente en el Museo […]
Dirigentes Digital
| 25 may 2015
La posibilidad de que los museos intercambien temporalmente sus obras contribuye a buscar relaciones, a establecer nuevos cauces de comunicación y eso es lo que ha sucedido en este caso.
La Santa Faz de Francisco de Zurbarán, que forma parte de la exhibición permanente del Museo Nacional de Escultura, se expondrá próximamente en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, participando en una muestra de referencia que supone una revisión integral sobre la obra del artista.
Como contrapartida, desde el Museo madrileño se desplazará a finales de mayo a Valladolid un hermoso lienzo de Tiziano, que representa a San Jerónimo penitente y se fecha entre sus obras finales, hacia 1575. La elección no es una casualidad. Aunque sea la escultura el hilo conductor de la colección del museo vallisoletano, algunas de sus obras pictóricas tienen una altísima calidad, pero entre ellas no hay ninguna pintura del maestro veneciano.
Por eso es una oportunidad disfrutar de su paleta y de su luz y admirar a uno de los grandes pintores europeos de todos los tiempos, especialmente ligado a España. Además en la sala donde podrá contemplarse este Tiziano hasta el mes de septiembre, se reflexiona sobre la imagen artística de la penitencia y San Jerónimo es la personificación de esa actitud.
Y aunque es anterior a las obras con las que compartirá espacio, el mensaje es idéntico al que transmiten la Magdalena de Pedro de Mena o el san Bruno de Carlo Bononi: la renuncia, el sacrificio y el perdón como instrumentos de lucha contra el protestantismo, especialmente reactivados en la España barroca.
Tiziano había fijado su modelo iconográfico desde 1550, optando por la representación del estudioso en un retiro boscoso y no en su celda, como fuera tan frecuente en la Edad Media. La escena se desarrolla en el clima de un bosque abocetado, quizás inconcluso como se ha dicho, pero con ese aspecto fascinante de lo que se ha llamado impresionismo mágico.