Todo o nada. Renzi se había jugado su futuro a una carta en el Senado italiano para sacar adelante la reforma laboral. Si perdía se iba a casa. Al Gobierno italiano no le quedaba más remedio que aprobar de manera rápida la ley y ahorrarse el lento trámite parlamentario para demostrar su espíritu reformista ante las exigencias de Bruselas y el BCE.
La economía italiana se encuentra acorralada por el estancamiento de la zona euro que le condena a una segunda recesión o prolongar la primera que arrastra desde hace dos años. En este tiempo solo ha logrado salir un trimestre del terreno negativo y es de los países que ha espantado el mensaje de optimismo de recuperación económica en la vieja Europa.
Renzi se ha convertido, junto a Hollande, a una de las voces que piden acabar con la austeridad y apostar por una política de estímulos, pero su opinión estaba deslegitimada ante sus socios europeos ante la falta de medidas de ajuste desde que lleva el Gobierno. La reforma laboral es el voto de confianza para ganarse a Bruselas cumpliendo con las exigencias de flexibilizar el mercado laboral para favorecer la inversión privada. El político italiana había prometido recorte del gasto público y reformas políticas para devolver carácter competitivo a la economía italiana.
Ahora Renzi tendrá que afrontar el coste político interno. El sindicato mayoritario de Italia ha convocado en las próximas semanas una gran manifestación. Italia sufre la segunda reforma del mercado laboral en apenas dos años. La primera fue promovida por Mario Monti, el tecnócrata que puso a dedo Bruselas para enderezar la situación de Italia, en la que introdujo el despido exprés y derrumbaba parte del Estatuto de los trabajadores que estaba en vigor hace más de 40 años.
La nueva reforma introduce más mecanismos para inserción laboral de los jóvenes menores de treinta años con menor protección social contra el despido y más incentivos a las empresas para la contratación.
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