En época de crisis resulta sumamente complicado hacer balance del pasado cercano y del inmediato futuro. El ser humano tiene una capacidad de trascender que no tienen los demás seres vivos, es claro. Sin embargo, en algo no nos distinguimos tanto. Nos guía la supervivencia y nuestra dimensión de pasado y de futuro, al menos la que nos dicta el estado de ánimo que, en la mayoría de los casos, condiciona nuestro intelecto, está siempre mediatizada por el presente. Y nuestro presente hoy no es precisamente tranquilo y estable. La primera premisa para hacer tal balance habrá de ser, pues, tratar de descartar el maldito “efecto pandemia” (cómo odio esta expresión)-.
Nadie duda de que se han introducido en nuestras vidas y, por supuesto, en los mercados, cambios que marcarán con mayor o menor alcance el futuro. Las ciudades, dicen, no volverán a ser las mismas. Pues bien, alto y claro, discrepo. Al menos en el tono apocalíptico con que se afirma. Cambiaremos, pero como resultado de una evolución, de una transformación progresiva que nunca ha dejado de acompañar al propio concepto de ciudad. Se han acelerado ciertos procesos que ya habían comenzado, así es. Sin embargo, tales cambios, aunque más rápidos o precipitados por una crisis devastadora como lo está siendo la provocada por el virus, no son tan radicales como algunos apuntan. Estos, demasiados ya desde el punto de vista de quien escribe, vaticinan el declive de la ciudad como punto de encuentro y de evolución de la humanidad. Anuncian cambios en los modos de trabajar y de relacionarnos con los demás. Indican el final del trabajo en la oficina y la huida de los núcleos urbanos. No sucederá, ya lo verán.
Bien al contrario, la ciudad saldrá fortalecida y continuará su avance. Así ha sido desde el comienzo de su historia, hace más de 5.500 años. En una evolución que la ha ido perfeccionando y mejorando con el paso de los siglos y que la ha convertido en lo que es hoy. Centro de conocimiento, de evolución, determinante de avances, crisol de oportunidades. La vivienda compartida o el teletrabajo, entre otros, no son conceptos nuevos. No los ha traído el coronavirus. Ya comenzaba su desarrollo desde mucho antes. Si me permiten, hay una expresión que me espanta más aún, si cabe, que la de “efecto pandemia” y no es otra que la odiada, por convencional y por retrógrada, “ha venido para quedarse”. Prefiero a Antonio Machado cuando avisa al caminante y le reta, espetándole que al volver la vista atrás solo verá la senda que nunca se ha de volver a pisar. Los procesos urbanos pocas veces se quedan como llegan. Cambian, evolucionan, se adaptan, progresan hasta convertirse en el inicio de un nuevo proceso que hará avanzar hacia una ciudad con más calidad de vida, más relacional, más interactiva e integradora.
El teletrabajo complementará al trabajo presencial, pero no lo sustituirá. Únicamente respecto de aquellos puestos o en aquellos trabajos en los que ya venía implantándose desde hace una década podrá concluirse que ha triunfado. Y no del todo. El hombre seguirá siendo animal social. Un equipo de trabajo no puede perder la relación directa entre sus miembros, el intercambio físico, la permuta de emociones y el trato directo como generador de ideas. Evolucionarán las formas en que se produzca ese contacto y se adaptarán las oficinas para hacerlas útiles y eficaces para aquellas nuevas formas. Pero no desaparecerán.
Los últimos 30 años han sido tiempo de evolución constante en España. Los cambios producidos en nuestras ciudades, viéndolos con perspectiva, han sido enormes. Los próximos 30, seguiremos cambiando. Tal vez más deprisa. Esperemos que no de manera tan traumática. Pero seguiremos evolucionando hacia ciudades mucho mejores y más resilientes que aquellas en las que hoy vivimos. Convendrá muy mucho que tengamos políticos que sepan anticiparse y acompañar en esa adaptación en lugar de entorpecerla. Pero esto tendremos que ir viéndolo y, con suerte, estará Dirigentes para contárnoslo desde la perspectiva positiva, rigurosa y serena, con que lo viene haciendo desde marzo de 1.986.
Opinión