Por Viviana Millán, fundadora de Alter Ego Solutions
Viviana Millán
| 19 nov 2024
A ti, mujer, que te han hecho dudar de ti misma, de tus capacidades y de los beneficios y contratiempos de compatibilizar. Tú puedes, te lo digo yo. No me gusta cuando se dice que las mujeres tenemos que elegir si ser madres o altas directivas. Cuando se deja caer que, si eres buena en una faceta, no puedes ser buena en la otra. ¿Acaso por ser mujeres tenemos que elegir el ser o no ambiciosas?
Nadie ha dicho que sea fácil, que no vamos a llorar por el camino o que no vamos a tener momentos de preguntarnos: “¿Para qué me meteré yo en esto?”. Por cierto, qué frase tan típica nuestra. Pues te metes porque quieres, porque te gustan las cosas bien hechas, porque quieres sentir que aportas a la sociedad. Qué pena que a veces tengamos que seguir demostrando lo que valemos, pero parte de la culpa es nuestra porque nos culpamos más de la cuenta, y eso no nos hace bien.
Soy madre de tres niños y siempre he tenido claro que quería llegar muy alto a nivel profesional. Y eso me lo inculcó mi padre, un hombre que siempre ha defendido que, si quieres, puedes. Me han juzgado muchas veces por el camino, otras me he juzgado yo. Porque el camino como mujer emprendedora no es fácil. Hay días de mucho trabajo, de llegar a casa cansada, de no ser capaz de desconectar. Pero también te permite decidir por ti misma. Organizarte, priorizar.
Nos enfrentamos a una presión constante para elegir entre una carrera exitosa y una vida personal plena. Parece que hay un cronómetro invisible que mide si somos suficientemente buenas madres, si estamos dedicando suficiente tiempo a nuestros negocios, si no estamos sacrificando demasiado. Y esa presión, en muchos casos, es mayor cuando nos ven en posiciones de liderazgo. Si una mujer es asertiva, es etiquetada de “agresiva”; si es empática, puede ser considerada “blanda”. Los estereotipos siguen ahí, desafiándonos.
Sin embargo, ser emprendedora me ha enseñado que no se trata de elegir entre dos caminos opuestos, sino de encontrar el equilibrio que funcione para nosotras. En mi caso, he aprendido a soltar la culpa que muchas veces nos impone la sociedad. Porque al final del día, no importa lo que los demás piensen; importa que tú te sientas satisfecha con lo que haces, con cómo llevas tu vida y tu negocio.
Como mujeres emprendedoras, nos convertimos en maestras de la organización. Aprendemos a distinguir lo urgente de lo importante. Sabemos que hay días en los que tendremos que priorizar una reunión crucial, y otros en los que cancelaremos todo para estar presentes en la función de teatro de nuestros hijos. Y eso está bien. No hay manual que diga cómo debe ser el camino perfecto. Lo construimos nosotras mismas, día a día, decisión a decisión.
Es cierto, renunciamos a algunas cosas por el camino. Quizá a reuniones sociales, a descansos prolongados, a tardes libres. Pero la satisfacción de construir algo propio, de ver crecer tu empresa o proyecto, de saber que tus ideas se convierten en realidad, es indescriptible. Esa sensación de logro es nuestro mejor combustible.
A menudo hablamos de las dificultades de ser mujeres en el mundo empresarial, pero también quiero hablar de lo bonito, de lo que nos llena y nos motiva. Emprender te da la posibilidad de crear un entorno de trabajo diferente, donde puedas liderar desde la empatía, donde el equipo se sienta valorado y respetado. Puedes ser el ejemplo de que es posible combinar la vida personal y profesional, de que ser madre no es un obstáculo, sino una fuerza que nos impulsa a ser mejores gestoras del tiempo, más eficientes, más creativas. He conocido mujeres extraordinarias que, al lanzarse al mundo del emprendimiento, han encontrado una comunidad que las apoya y las inspira. Porque sí, aunque a veces sentimos que estamos solas, la realidad es que somos muchas las que estamos en el mismo barco, remando juntas hacia nuestros sueños. Nos apoyamos, nos damos consejos, celebramos los logros de otras mujeres como si fueran propios. Esa red de apoyo es uno de los mayores regalos que me ha dado el emprendimiento.
Quieras o no, como mujer emprendedora te conviertes en un referente para otras. Las que vienen detrás de ti, las que aún están dudando si dar el salto, miran tu camino en busca de inspiración. Y es una responsabilidad bonita, aunque también puede pesar. Saber que estás abriendo puertas, que estás demostrando que se puede. Y por eso es tan importante que nos mantengamos auténticas, que compartamos no solo los éxitos, sino también los desafíos, los momentos de duda, los días difíciles. Porque si algo he aprendido en este camino es que no estamos aquí para demostrar nada a nadie más que a nosotras mismas. Nuestro valor no se mide por los títulos que ostentamos ni por los balances de nuestra empresa, sino por la pasión con la que hacemos lo que hacemos, por la capacidad de levantarnos después de cada tropiezo y seguir adelante.
A ti, mujer emprendedora que estás leyendo esto, quiero decirte que no estás sola. Que tus miedos y tus dudas son los mismos que todas sentimos en algún momento. Pero también quiero decirte que la satisfacción que sientes cuando ves los frutos de tu esfuerzo es única, y nadie puede quitártela. Sigue luchando por tus sueños, sigue siendo el ejemplo que otras necesitan ver. Y recuerda que está bien no ser perfecta, que está bien equivocarse. El éxito no es una línea recta, es un camino lleno de curvas, caídas y remontadas. Pero es tu camino, y lo estás haciendo increíblemente bien. Así que sigue adelante, con la frente en alto, orgullosa de lo que eres y de lo que estás construyendo. Porque, aunque a veces nos toque elegir y sacrificar, también podemos elegir disfrutar del proceso y celebrarnos a nosotras mismas, con todas nuestras luces y sombras”.