Por Mario Alonso, presidente de AUREN, y Javier Cantera, presidente de AUREN Consultores, autores de Talento, empresas y cultura (LID Editorial)
Mario Alonso y Javier Cantera
| 29 feb 2024
El mundo asiste a cambios vertiginosos originados por la tecnología, la innovación y la globalización. Detrás de cada paso hay personas que con su talento logran que las organizaciones avancen. El talento se refiere a las habilidades, conocimientos y capacidades únicas que poseen los individuos y que son relevantes para el éxito de una organización. En el entorno empresarial, el talento se ha convertido en el gran activo intangible que marca la diferencia y determina la competitividad.
El talento en el siglo XXI se atrae, gestiona y retiene desde una apuesta clara por el bienestar de los empleados. Si una empresa introduce en su ADN el bienestar de sus empleados creará sistemas y procesos empresariales poniendo en el centro a la persona. En ese sentido, las nuevas generaciones se identificarán con aquellas empresas cuyo propósito pase por respetar y conseguir los objetivos de sus propios empleados. Esta alineación de propósito está en la base del bienestar, constituyéndose como el eje fundamental del compromiso.
El compromiso pasa en este momento por el valor que el bienestar del empleado tenga en la empresa, por tanto, a mayor propósito de bienestar, mayor nivel de compromiso. Y, sin duda, el compromiso está asociado con la productividad, y, por ende, con la potencialidad de la empresa para obtener su propósito, anhelado también por los propios empleados.
La ecuación bienestar/compromiso/productividad transforma toda la experiencia del empleado, posicionando en el centro, no el contrato, sino la aportación del empleado y de la empresa. El talento necesita identificarse con su propósito empresarial, y que éste apueste por las personas como un fin y nunca como un medio.
Pero hay otro intangible al menos de igual importancia: la cultura de las organizaciones. La cultura sintetiza los valores, las creencias y las formas de actuar de una empresa y de las personas que la conforman. La constituyen esas reglas no escritas, que se asumen por la organización internamente y que pueden ser reconocidas externamente. El talento sin cultura no crea compromiso, ni sentido de pertenencia, ni trabajo en equipo, ni propósito compartido.
Hay culturas basadas en el poder de los líderes (autoritarias), otras en el poder de las normas (normativistas) y otras en el poder del dinero (mercantilistas). Hoy, la cultura imperante es la que se basa en el poder de la persona, son las culturas humanistas. Ésta no es controladora, transfiere el control a sus empleados; no mide horas trabajadas, sino resultados; reconoce y premia el desempeño; elimina la presión del objetivo a corto plazo; apuesta por el crecimiento personal y profesional; elimina la burocracia y se centra en el valor añadido; potencia el salario emocional; es diversa e inclusiva; cultiva un propósito compartido.
Además, la cultura de los nuevos tiempos debe basarse en la ética y en la transparencia. Ética en todas sus actuaciones y transparencia con sus empleados, con los clientes, con los socios y con el resto de sus grupos de interés. Una cultura humanista, ética y transparente, construirá empresas, no solo mas humanas, sino que las hará más eficientes, creativas, con equipos más motivados, que generarán mayor valor añadido.
Se dice que las empresas se construyen a medida de sus líderes, y es así porque son éstos los que las impregnan con una cultura propia. No hay empresa sostenible que carezca de una cultura reconocible, y la gran misión de sus líderes será mantener, desarrollar y transmitir esa cultura.
Tal y como explicamos en el libro que acabamos de publicar: Talento, empresas y cultura, el talento y la cultura son los dos elementos más diferenciables en una empresa, y por supuesto, que toda estrategia de empresa debe tener en cuenta el talento disponible y la cultura prexistente. En este sentido, el liderazgo y la estrategia son variables moldeadas por la cultura y el talento.
Cuando una empresa piensa en su estrategia no debe olvidar el aserto de PETER DRUCKER “La cultura se come como desayuno a la estrategia”, y nosotros apuntamos que el talento devora a la estrategia a la hora de la comida. No podemos pensar en una empresa de éxito donde un líder no tome las decisiones estratégicas sin tener en cuenta los valores de su cultura y sin centrarse en el valor añadido de sus personas. También PETER DRUCKER dijo “Donde hay una empresa de éxito, alguien tomó alguna vez una decisión valiente”. La prosperidad de una empresa pasa por decisiones coherentes culturalmente y que tengan en consideración el valor de las personas. Más cultura de empresa y aprecio del talento genera más riqueza y productividad, y, ante todo, mayor bienestar de los empleados.
En fin, ¿La cultura del talento o el talento de saber tener una cultura? Ambos y en dosis abundantes son fundamentales para ser una empresa sostenible.