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La diferencia definitiva entre mérito y éxito

Millones de personas se enfrentan día a día a un reto tan fácil de explicar como difícil de lograr: conseguir lo que se proponen. En algunos casos se trata de encontrar un trabajo, en otros de sacar adelante un emprendimiento y en otros de publicar un libro, convertirse en influencer o encontrar pareja. Sea como […]

Dirigentes Digital

29 may 2020

Millones de personas se enfrentan día a día a un reto tan fácil de explicar como difícil de lograr: conseguir lo que se proponen. En algunos casos se trata de encontrar un trabajo, en otros de sacar adelante un emprendimiento y en otros de publicar un libro, convertirse en influencer o encontrar pareja. Sea como sea, todos estos empeños comparten un denominador común, y es la natural tendencia del ser humano a elevarse. Sobre sí mismo, o bien respecto a los demás.

Muchas de esas personas siguen los consejos que a diario exponen los expertos en las respectivas áreas: si se trata de búsqueda de empleo, la redacción de un buen currículum, si de una empresa la esmerada elaboración de un business plan, y así sucesivamente. La cuestión es que, pese a que muchos individuos están seguros de poseer méritos suficientes para llegar a donde pretenden llegar, los que realmente lo consiguen representan un reducido y exclusivo subconjunto de todos los que lo intentan. Y la clave para no desesperarse está en comprender que mérito y éxito no son variables que pertenezcan a la misma dimensión.Y, por supuesto, que una no determina la otra. 

En primer lugar, porque el éxito es objetivo, mientras que el mérito es, fundamentalmente, subjetivo. Es verdad que es posible cuantificar los logros de una persona, sobre todo en el ámbito profesional. Lo que no es posible cuantificar es la valoración que cada persona hace de esos logros. De esta manera, son incontables las historias de trabajadores que piensan que el ascenso o la subida salarial siempre se la lleva alguien que lo merece menos que ellos. Sin embargo, y con independencia de que haya situaciones manifiestamente injustas, lo cierto es que muchas veces quien decide sobre estas cuestiones tiene en cuenta variables diferentes a las que maneja la persona aparentemente perjudicada. Así, un trabajador puede tener más estudios, hablar más idiomas o ser más puntual que quien ha logrado el ascenso o la mejora salarial. Sin embargo, su jefe puede haber considerado otras cuestiones, como por ejemplo la capacidad para relacionarse o la ausencia de conflictos.

Por otro lado, el mérito se alimenta con voluntad y esfuerzo, mientras que el éxito muchas veces es cuestión de suerte.Incluso una mirada superficial por la trayectoria de cada uno revela que, en ocasiones, lo que ha marcado la diferencia ha sido estar en el lugar adecuado en el momento adecuado y con la persona adecuada.Posiblemente hay centenares de miles de personas que merecen que su trabajo tenga éxito, pero para solo unos pocos los astros se alinearán en el momento indicado. Es verdad que es posible tentar a la suerte con trabajo, pero en ocasiones el éxito es simplemente cuestión de eso: de suerte.

Por último, y quizá más importante, mientras que el mérito es una colección de objetivos cumplidos que se acumulan en el pasado de una persona, el éxito tiene la caprichosa manía de irse desplazando hacia el futuro. De esta manera, una persona que hoy daría un ojo por ver publicado su libro, cuando mañana por fin lo logre encontrará que eso ya no le sacia, y que lo que ahora quiere es que le publique una editorial más potente. Y, cuando eso ocurra, lo que probablemente perseguirá entonces es poder vivir de sus libros en lugar de tener que fichar en una empresa que pertenece a otra persona. Los méritos se consolidan, pero el éxito siempre es esquivo.

El mérito y el éxito no son padre e hijo. Es más, es posible que ni siquiera pertenezcan a la misma familia. Y aunque a veces uno pueda contribuir al otro, la relación que tienen entre ellos dista mucho de ser causal o matemática, digan lo que digan los gurús, los libros de autoayuda y los blogs especializados. Ahora bien, lejos de provocar frustración o confusión, lo que esta constatación debería inspirar es serenidad.

Fundamentalmente porque, llegue o no llegue, el deseo del éxito no debería privar del disfrute que implica la sucesiva acumulación de méritos. No tanto por lo que en sí significan, sino por el camino de aprendizaje que supone irlos conquistando. Pero sobre todo porque la diferencia definitiva entre mérito y éxito consiste en que, mientras que el primero se queda para siempre, el otro puede ser peligrosamente efímero. Dejando acaso más vacío al irse que el que se experimentaba suspirando por su llegada.

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