Existen dos tipos de innovación: la que llamamos incremental y la innovación disruptiva. La primera tiene que ver con cambios progresivos y graduales que se van haciendo respecto a una determinada idea, y habitualmente está relacionada con los ciclos de mejora continua. La segunda es la que logra crear algo completamente diferente a lo que […]
Dirigentes Digital
| 10 dic 2018
Existen dos tipos de innovación: la que llamamos incremental y la innovación disruptiva. La primera tiene que ver con cambios progresivos y graduales que se van haciendo respecto a una determinada idea, y habitualmente está relacionada con los ciclos de mejora continua. La segunda es la que logra crear algo completamente diferente a lo que existía antes. El contestador automático fue una innovación incremental en el mundo de la telefonía, mientras que el smartphone fue disruptivo.
Robert Gordon es un macroeconomista de la Northwestern University que lleva tiempo diciendo que la innovación que se produce, al menos en Estados Unidos, puede no ser suficiente como para impulsar un crecimiento similar al de épocas pasadas. En su opinión, aspectos como la demografía, la falta de inversión en educación, la deuda y la desigualdad, funcionan como vientos en contra que anulan el potencial de la innovación para generar prosperidad. En su análisis, la productividad total de los factores en la tercera revolución industrial fue significativamente menor que en la segunda. Es decir, inventos aparentemente simples, como la bombilla, fueron más positivos para la economía que ingenios sumamente sofisticados, como el ordenador. La conclusión de estos argumentos es directa y clara, y es que se necesita un tipo de innovación mucho más disruptiva para combatir el efecto adverso de los vientos en contra.
Sin embargo, lo cierto es que, del entusiasmo que en su día provocó la palabra innovación, se ha evolucionado a una situación en la cual es un término utilizado prácticamente para todo: desarrollo de negocio, lanzamiento de nuevos productos, adopción de tecnología e, incluso, medidas derivadas de la gestión de la calidad. La gran pregunta es si esa concepción tan mermada de la innovación logrará el crecimiento empresarial y la prosperidad que deseamos.
Hoy día observamos cómo sectores tradicionales y altamente regulados son obligados por el mercado a generar ideas nuevas, verdaderamente disruptivas, bien para posicionarse frente a la competencia o bien para explorar nuevos mercados. Por otro lado, vemos como el imparable avance de la digitalización exige a las organizaciones y a los profesionales nuevas ideas para situarse en un mundo en el que las máquinas parecen poder hacer casi de todo. Muchos ciudadanos de los países llamados desarrollados se preguntan qué hay detrás de la cuarta revolución industrial, cómo evolucionará el mundo y cómo serán su trabajo y su vida en el futuro.
En ese contexto es necesario comenzar a defender que la única innovación con verdadero potencial es la innovación disruptiva. Y para ello es imprescindible sacudirse las concepciones ya anquilosadas y obsoletas sobre la creatividad, a fin de descubrir nuevas y diferentes maneras de generar ideas. Y, por último, es urgente volver a situar a la verdadera originalidad en el lugar central que le corresponde, inyectando así en las organizaciones la ilusión y el entusiasmo que se necesita para reinventarlo todo de nuevo.