Porcelana china: innovar o morir

Las manos de Wang Shaohui dan forma a un pequeño cuenco de porcelana sobre un torno que él mismo ha impulsado minutos antes para que gire. Repite un molde tras otro y los va poniendo alineados en una repisa de madera hasta que consigue que al cabo de diez minutos, uno de ellos le salga perfecto. Esa es la técnica artesanal, la más pura, la que aprendió de su padre y de su abuelo y de la que han vivido cinco generaciones de su familia.

"Es cuestión de paciencia y de precisión", apunta Wang a la decena de turistas que no le quitan ojo y que interrumpen su concentración disparando fotos sin control. Él es uno de los cerca de cien empleados del recién inaugurado Museo de la Historia de la Cerámica de Jingdezhen. Este espacio, compuesto por varias naves con tejados de cáñamo y bambú, es una antigua fábrica que conserva hornos de cocción de cerámica de más de cinco siglos de antigüedad. En un intento por conservar la fabricación artesanal que dio fama mundial a esta porcelana, el gobierno chino está convirtiendo las antiguas factorías en museos etnográficos en los que el turista puede contemplar cómo se hacían las vasijas y jarrones en la época imperial.

En los últimos treinta años, la rápida industrialización del gigante asiático ha afectado también a la industria de la cerámica. El 70% de la economía de esta zona del sur de China depende de la porcelana por lo que la necesidad de producir más piezas en menos tiempo ha cambiado el proceso de fabricación y muchas de las industrias tradicionales han desaparecido. "La forma de trabajar la cerámica ha cambiado mucho, la técnica antigua se ha ido perdiendo, por eso hace falta un lugar como este para conservarla y enseñarla al mundo", cuenta a DIRIGENTES Xin Feng, un maestro artesano que supervisa cada vasija que el joven Wang elabora.

Pero no solo el cambio de las técnicas ensombrece el futuro de este delicado arte. Cada vez más jóvenes de la zona deciden emigrar a otras regiones en busca de nuevas oportunidades laborales. A los salarios bajos, que rondan los 400 euros al mes por jornadas maratonianas, se une la preocupación por la silicosis. Esta enfermedad, causada por la inhalación del polvo, provoca 24.000 muertes cada año en China.

Feng Zhouhua conoce bien esta dolencia. Sus cuñados y uno de sus hermanos la padecieron después de más de sesenta años trabajando junto a él fabricando jarrones. Pese a eso, este jubilado que acude al museo dos horas al día a cambio de unos 200 euros, no oculta su decepción porque su hijo no quiere dedicarse al oficio familiar. "Mi único hijo trabaja en una central eléctrica. Gana más dinero y tiene una vida más cómoda. Es lo que pasa con los jóvenes, no quieren continuar la tradición", se lamenta Feng.

Precisamente esa es la intención de Wang Shaohui, que sigue moldeando cuencos a pocos metros de Feng. El próximo año espera acceder a la Universidad y entonces dejará la porcelana para siempre.

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