La decisión de Donald Trump de imponer aranceles del 25% al acero y del 10% sobre el aluminio, excepto para Canadá y México y otros aliados regionales, aunque anunciada, ha supusto un jarro de agua fría y abierto el debate sobre las consecuencias que puede tener en el comercio mundial. La UE advirtió que respondería con su propio arancel de 25% sobre alrededor de 3.500 millones de dólares de productos estadounidenses, apuntando a marcas emblemáticas (producidas en estados republicanos clave) de productos de consumo, agrícolas y del acero, según una lista elaborada por la Comisión Europea. Para Kasia Kiladis, directora de Inversiones en Estados Unidos de Fidelity International, «Trump ha hecho lo que temían los mercados». La mayoría de los analistas considera esta medida no solo inútil sino también contraproducente, por tres motivos:
- Estados Unidos es predominantemente una economía de servicios y alta tecnología. La industria pesada fue bastante importante hasta hace unos 40 años, pero ahora es periférica.
- La industria siderúrgica ya es bastante rentable gracias también a los aranceles antidumping impuestos a las importaciones al acero de China por el gobierno de Obama hace dos años.
- Casi la mitad de las necesidades de aluminio de EE UU son suministradas por Canadá. Por tanto los nuevos aranceles harían poco para revertir la tendencia negativa en la producción de aluminio de EE.UU. (que ha disminuido en dos tercios desde 2012).
Por tanto, en términos de consecuencias negativas, el daño económico de primer orden creado por estos aranceles sería pequeño, con una inflación modesta, a juicio de Fidelity. El hierro y el acero representan alrededor del 1,5% de la factura de importaciones de Estados Unidos y el aluminio la mitad. El verdadero problema son los efectos de segundo orden, ya sea que no se trate de una acción aislada de EE UU (lo cual parecen confirmar las declaraciones de Trump), ya sea que otros países reaccionen comenzando una guerra comercial.
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