Crisis sanitaria: la situación actual

La evolución de la situación de deterioro sin precedentes en la que se encuentran los mercados de capitales como consecuencia de la crisis sanitaria desencadenada por la pandemia de Covid-19 va de depender de tres factores: 

1.Duración de la crisis sanitaria 

2.Eficacia de las medidas de política económica 

3.Normalización de las condiciones de negociación en los mercados 

Crisis sanitaria 

La pandemia Covid-19 se despliega en oleadas geográficas: primero China, luego Europa y después EE.UU. donde podría tener una duración indeterminada dada la tibieza y heterogeneidad regional de las medidas dictadas. Sin embargo, en un escenario comparable al europeo, deberíamos de pensar en una duración global de la pandemia de seis meses a partir de la declaración de los primeros casos en China. Se trataría, por tanto, de un choque profundo global que se prolongaría durante dos trimestres. Tan solo en Europa el FMI estima tres puntos porcentuales de contracción del PIB por cada mes de confinamiento. 

La movilización de recursos en los sectores sanitarios y de investigación médica, la aceleración de los protocolos de autorización de medicamentos y posiblemente la llegada en primavera de condiciones de temperatura y humedad adversas para el virus, nos deberían de llevar a pensar que la emergencia sanitaria podrá ser controlada en el hemisferio norte en los próximos meses. Existen no obstante riesgos de cola que no se pueden ignorar, tales como la posibilidad de repuntes o incluso mutaciones del virus en cepas más letales. 

Políticas económicas 

La acción de política económica frente a un choque exógeno intenso como el Covid-19 ha de desplegarse sobre el mantenimiento de su carácter temporal, evitando que sus efectos arraiguen en la capacidad productiva del sistema dañándolo estructuralmente y generando con ello consecuencias de largo plazo sobre la producción y el empleo. 

Son tres las líneas de defensa sucesivas sobre las que ha de desplegarse dicha acción. En primer lugar, se ha de actuar sobre el mantenimiento del empleo, la capacidad productiva y la integridad del tejido industrial. Muchos gobiernos han adoptado ya medidas fiscales, laborales y regulatorias de amplio alcance persiguiendo con ello dos objetivos: el mantenimiento de la capacidad del sistema productivo y del empleo -todo el mundo podrá volver a su puesto de trabajo el día después- y la captura de proporciones amplias de demanda embalsada que, una vez superada la crisis sanitaria, deberían de permitir la recuperación a medio plazo de una parte importante del PIB y de la recaudación fiscal. Sobre esto último se estima entre un 50 – 75% la demanda recuperable en los trimestres posteriores a la normalización. 

No se va a evitar, no obstante, que los datos inter trimestrales 2019-20 muestren una contracción aguda y sin precedentes de los PIB regionales, que se estima en un -13% en China, -5% en Europa y -12% en España. La temporalidad de la crisis sanitaria debería no obstante permitir una recuperación de las lecturas a partir del tercer trimestre del año. En este sentido, la OCDE estima una caída del 2% promedio del PIB por cada mes de confinamiento. Pero la profundidad de la contracción puede ser superable y el daño reversible si el episodio mantiene su carácter temporal, no superándose los dos trimestres de inactividad. 

La segunda línea de defensa ha de garantizar la integridad del sistema financiero y bancario, evitando que el choque temporal cronifique dando lugar a una concatenación de crisis macroeconómica, bancaria, deuda soberana y Euro como las que vivimos a partir de 2009. A diferencia de entonces, el sector bancario se encuentra actualmente en una posición superior de liquidez y solvencia que hay que mantener, impidiendo el arraigo de los efectos de la crisis sanitaria en el circuito crediticio, cronificando la segura recesión de los próximos trimestres en una disfuncionalidad inherente al sistema con consecuencias de largo plazo. 

Las lecciones de la anterior crisis y de la recesión posterior han servido para que los bancos centrales reaccionen de forma rápida y contundente, apoyados además por el margen que les permite la ausencia de expectativas de inflación.

Por último, es necesario garantizar la sostenibilidad de las finanzas públicas que están actuando como último garante de la continuidad del sistema productivo. Los mercados y los bancos centrales son en primera instancia los proveedores de recursos para la financiación del estímulo fiscal sin precedentes que requiere la pandemia. Es previsible que en la medida en la que los bancos centrales continúen incrementando sus balances, los mercados eviten estampidas como las vividas durante las Gran Recesión. 

En el caso europeo, la apelación al BCE permitiría la financiación de los déficits, pero no resolverá por sí solo el deterioro profundo de las cuentas públicas. El recurso a mecanismos como el MEDE, la emisión de deuda mancomunada o la creación de fondos paneuropeos ad hoc para financiar el esfuerzo fiscal de los países de la Unión, la coordinación de las políticas nacionales europeas, en suma, son garantía y corto circuitos necesarios para impedir el contagio de los efectos de la crisis sanitaria a las cuentas públicas y áreas estratégicas de nuestras economías.

2020-05-04 14:16:20

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