La Eurozona vivió un breve periodo deflacionista tras el inicio de la crisis financiera de 2008. Durante esos años, las tasas de inflación se situaron mes tras mes por debajo del 0%, reflejando la crítica situación de la economía real, y el Banco Central Europeo (BCE) se vio obligado a tomar medidas extraordinarias para devolver […]
Dirigentes Digital
| 19 may 2017
La Eurozona vivió un breve periodo deflacionista tras el inicio de la crisis financiera de 2008. Durante esos años, las tasas de inflación se situaron mes tras mes por debajo del 0%, reflejando la crítica situación de la economía real, y el Banco Central Europeo (BCE) se vio obligado a tomar medidas extraordinarias para devolver los precios a su punto de equilibrio. En concreto, el supervisor único adoptó una serie de políticas monetarias ‘no convencionales’ (bajada de tipos y programa de compra de activos) que todavía hoy siguen activas. Desde mediados de 2016, los precios han vuelto a alcanzar tasas positivas, e incluso ahora mismo superan el objetivo fijado del 2% en muchos países. Pero, ¿por qué un 2% es la inflación objetivo del BCE? La entidad supervisora explica que la estabilidad de precios es “la mejor contribución que puede hacer un banco central al bienestar de los individuos”, en línea con el objetivo principal del BCE según el Tratado Fundacional de la UE. Para lograr esta meta, el organismo tuvo que elaborar una definición cuantitativa de ‘estabilidad de precios’, la cual terminó siendo: “una tasa inferior, pero muy cercana al 2% en el medio plazo”. Este indicador se mide por el índice de precios de consumo armonizado (HICP), adaptado apara la comparativa entre los países europeos. El principio de estabilidad de precios trata de evitar dos situaciones extremas que podrían dañar a la economía real: los periodos inflacionistas y los deflacionistas. Los primeros se generan cuando los precios están durante mucho tiempo al alza, lo que se traduce en un pérdida de poder adquisitivo para los consumidores. El problema es que esta tendencia acaba derivando en una espiral, ya que, si los individuos perciben un incremento de precios pedirán un mayor salario, y las empresas se verán obligadas a cubrir esos costes vía nuevas subidas de precios al consumidor. El resultado es un pérdida de confianza generalizada en la divisa, en este caso el euro, que irá perdiendo valor rápidamente. Además, dificulta a las empresas a la hora de planear sus inversiones y su ahorro. En el otro extremo están los periodos deflacionistas, que pueden parecer una ventaja para el consumidor siempre que no terminen en un espiral de caídas. Una carrera a la baja de los precios sin incrementos de la productividad generará un cambio en las expectativas de los individuos que esperarán a que el valor de bienes y servicios alcance su mínimo para tomar decisiones de compra. Esto afectará directamente a los márgenes operativos de las empresas, que se verán obligadas a recortar salarios y empleos para cubrir la caída en las ventas. Así, la economía entraría en un periodo recesivo con altas tasas de paro y caídas en el gasto y la inversión. Otro factor importante son las deudas, ya que si los ingresos decrecen se dificulta su pago y se disparan las tasas de morosidad. En la misma línea, las finanzas públicas se verían afectadas ante una caída de los ingresos recaudatorias, mientras que los pagos de la deuda seguirían estando presentes. Para cuadrar el balance, los gobiernos se ven obligados a recortar gastos, generalmente gasto social, y a buscar nuevos ingresos vía impuestos.