Por Mariola Fernández, responsable clínica del Hub de Psicología de Affor Health
Mariola Fernández
| 09 abr 2024
Poco a poco, con investigación, ciencia y educación, hemos aprendido a cuidar mejor nuestros cuerpos en este acelerado y ocupado mundo occidental en el que vivimos: buena alimentación, ejercicio, aire limpio… Pero nuestra mente todavía sigue algo descuidada. En todo el mundo, más en la sociedad occidental, son muchos los que sufren estrés y agotamiento y lo peor es que no siempre los identifican como tales. El cuidado debe empezar siempre por uno mismo.
Se trabajan largas horas, se duerme mal, a veces se mezcla el trabajo con el ocio y las vacaciones y el tiempo de calidad con la familia y amigos se puede reducir a la mínima expresión. Estas son algunas de las razones que nos están llevando, como sociedad, a una alta incidencia de trastornos como la depresión, los ataques recurrentes de ansiedad, ¡o las úlceras intestinales! (sí, mente y cuerpo se influyen uno en el otro de manera palpable).
Casi sin darnos cuenta vamos descuidando áreas de nuestra vida, dejándonos llevar por la inercia del día a día o por la falta de habilidades a la hora de gestionar nuestro tiempo, nuestras emociones, nuestra comunicación, la forma en la que nos relacionamos con los demás y con nosotros mismos, etc. Y al final, si no hacemos nada para solventarlo, termina pasando factura. Del mismo modo que nuestros músculos se lesionan por el sobreesfuerzo y por los malos hábitos físicos, el estrés crónico, la ansiedad y la depresión pueden desencadenarse por la falta de técnicas de autocuidado y de recursos para afrontarlos.
El exigente entorno laboral es una de las facetas de nuestra vida que más influyen en esta salud mental y, si bien son las empresas las que deben vigilar y cuidar a sus empleados, son las personas, de manera individual, quienes deben por su parte realizar esa labor de manera activa.
Cuidarse es una necesidad que requiere una constante atención. Consiste en mantener un equilibrio entre lo físico y lo emocional, proporcionándose todo tipo de cuidados que puedan favorecer que esto sea así. Desde el deporte, la meditación, el ocio… hasta el trabajo personal a través de la reflexión, la lectura, la psicoterapia, los espacios de autoayuda, la formación, etc.
Cuidar, a otros o a nosotros mismos, es siempre una actitud proactiva, dinámica, exigente y muy demandante. Por eso, para empezar el proceso de autocuidado lo más importante es dedicar energía y tiempo a la autoobservación. Y, tras escucharnos, actuar en base a lo que nos pidan nuestro cuerpo y nuestra mente. O, si como decimos, hablamos de trabajo, poner atención en los factores que pueden incidir en un riesgo psicosocial para identificarlos y abordarlos de la mejor manera posible.
En general, las estadísticas sobre el agotamiento laboral son alarmantes y llegan a causar desde falta de motivación y de productividad hasta errores graves y accidentes laborales. Esto, nos suceda a nosotros directamente o a alguien de nuestro entorno, siempre tiene un impacto en la salud, lo que puede desembocar en el síndrome de desgaste laboral o burnout -sí, está reconocido por la OMS como enfermedad profesional desde 2022- que es una de las principales consecuencias de un estrés laboral a largo plazo y acumulado.
Para afrontar mejor cualquier adversidad en el trabajo es importante empezar por enfocarnos en la resolución del problema, no en el problema en sí mismo. Debemos aprender a reestructurar nuestro pensamiento porque, nos habremos dado cuenta de que a veces nuestra manera de pensar, en lugar de ayudar, nos perjudica: nuestras interpretaciones nos generan más estrés, empeoran nuestra relación con las personas con las que trabajamos y enrarecen el ambiente.
Así, por ejemplo, para iniciarnos en el autocuidado en el entorno laboral podemos empezar por identificar si la estructura organizacional de nuestra empresa es rígida y muy jerarquizada (presión y estrés) o hay relaciones tóxicas entre compañeros (malestar emocional), si nuestra labor implica un alto grado de contacto con el público (quejas, malos comentarios) o de implicación emocional (situaciones delicadas). Pero también por evaluarnos a nosotros mismos y detectar si padecemos de un trastorno de autocrítica patológica, patrones disfuncionales de afrontamiento del estrés…
Y, por supuesto, es fundamental compartir, como primera medida para afrontar nuestras inquietudes y dificultades con los compañeros, jefes o subordinados, según sea el caso. Esto nos ayudará a generar vínculos de mayor calidad y reforzar nuestra autopercepción para iniciar el camino hacia la recuperación. Nuestra calidad de vida tiene mucho que ver con la calidad de nuestras relaciones, por eso es muy importante la conexión entre los líderes y los empleados así como entre compañeros
El compromiso con nuestro bienestar empieza por nosotros mismos. El cuerpo y la mente se influyen uno en el otro de manera recurrente y circular -como afirmaba el poeta romano Juvenal: mens sana in corpore sano-. Debemos cuidar ambos, y aprender a cuidarse es como cualquier otra habilidad, debe desarrollarse con paciencia y poco a poco para ir descubriendo qué herramientas funcionan mejor para nosotros. Si somos capaces de desarrollar una buena relación con todo ello, y proteger también nuestra autoestima, nos estaremos cuidando mejor.