Entrevista a Jordi Alemany, consultor y formador especializado en humanización de negocios
RRHHDirigentes Digital
| 05 ene 2024
En mi opinión y experiencia, abrazar nuestra humanidad y reconocer nuestros errores es el principio para conocernos mejor y comprender quién somos realmente. Derribar el mito del líder infalible, ese ser casi mitológico que nunca flaquea, es liberar a los que ocupan posiciones de responsabilidad de ese pesado yugo de la perfección que les hemos puesto encima desde siempre, y que no ayuda a que desempeñen mejor su función, sino todo lo contrario.
La imagen del líder superhéroe genera expectativas inalcanzables, creando un ambiente de tensión y descontento tanto entre los líderes como en los que les rodean. Un verdadero líder tiene poco de perfecto y mucho de honesto. Es alguien que se atreve a ser vulnerable. Admite sus errores no como una señal de debilidad, sino como una potente demostración de su humanidad. Un líder es alguien que aprende de cada tropiezo, convirtiendo cada fracaso en una oportunidad para seguir creciendo. Es así como se construye la confianza y el respeto. Es así como se siembran las semillas de una cultura de aprendizaje y mejora continua en los equipos. Por eso creo tan conveniente acabar con todos esos falsos mitos que alejan el liderazgo de la realidad y lo convierten más en una quimera que en una posibilidad.
Tras años estudiando, observando y practicando el liderazgo en diferentes partes del mundo, he llegado a la conclusión de que son tres los pilares que sustentan el liderazgo en este nuevo siglo y, en particular, en esta nueva coyuntura de complejidad acelerada. Hay pilares fundamentales que deben destacar para navegar en este mundo en constante cambio.
Primero, la inteligencia emocional, que incluye el desarrollo de nuestro autoconocimiento, autorregulación, automotivación, empatía e influencia. Esta habilidad es vital para entender y manejar las dinámicas humanas actuales en cualquier organización. Un líder que no conoce sus propias emociones, o que no es capaz de empatizar con las de su equipo, está destinado al fracaso en un mundo donde la conexión emocional es cada vez más necesaria para movilizar a las personas.
El pensamiento crítico es el segundo pilar indispensable. En un mundo saturado de información, donde tenemos que tomar cada día decenas de decisiones difíciles, los líderes necesitan contar con la capacidad de analizar situaciones, identificar tendencias y tomar decisiones informadas. Es decir, que estén mínimamente afectadas por sus propios sesgos. Es aquí donde el pensamiento crítico juega un papel fundamental, ya que, sin él, corremos el riesgo de permitir que nuestra visión sesgada de la realidad contamine la calidad de las decisiones, alejándonos de la ética y anteponiendo nuestro egoísmo al interés colectivo, que es el que debería primar a la hora de liderar.
Por último, para liderar en este nuevo siglo necesitamos adoptar la mentalidad de un eterno aprendiz. Hoy el conocimiento se queda obsoleto muy rápidamente, por eso los líderes deben estar en constante evolución, aprendiendo y adaptándose a los nuevos contextos de forma ágil y facilitando, con su ejemplo, que sus equipos también lo hagan. Hoy ya no es suficiente con saber lo que sabías ayer.
Hoy lo que importa es cómo puedes expandir tu conocimiento y habilidades para estar preparado para los desafíos a los que te vas a enfrentar mañana mismo. Este aprendizaje continuo no solo se trata de adquirir nuevos conocimientos, sino de estar abierto a nuevas ideas, perspectivas y formas de hacer las cosas. Inteligencia emocional, pensamiento crítico, mentalidad de aprendiz eterno. Esos son los tres pilares del liderazgo moderno.
Para mí, la influencia positiva es la capacidad de un líder para impactar en las personas que le rodean de una manera constructiva, que les haga crecer y los acerque a una mejor versión de ellos mismos. Hablamos de un liderazgo que inspira, que moviliza a los equipos hacia metas comunes no a través de la imposición, sino del ejemplo.
En el mundo empresarial, la desconfianza hacia las figuras de autoridad crece cada día y los escepticismos se multiplican, ya que durante las últimas décadas el foco se ha puesto exclusivamente en la aceleración de los resultados económicos en el corto plazo, lo que ha deteriorado la relación de las empresas con las personas. En este sentido, la influencia positiva se torna crucial a la hora de volver a construir los puentes que permitan a los líderes empresariales conectar de nuevo con sus equipos.
Y para que un líder se convierta en una influencia positiva para su equipo no solo debe darles instrucciones, o asignarles objetivos económicos mensuales, sino que también debe aprender a escuchar, comprender y valorar sus preocupaciones y aspiraciones. Solo así es posible crear un ambiente de trabajo donde las personas se sienten respetadas, valoradas y, sobre todo, donde cuentan con oportunidades para convertirse en una versión mejorada de ellas mismas.
Para mí, y para muchos de los que abogamos por el liderazgo humanista, un buen liderazgo es aquel que promueve una cultura saludable y un modelo de negocio sostenible, asociado a un propósito que va más allá de ganar dinero, y que se enfoca en generar riqueza y bienestar para el conjunto de la sociedad. Un buen liderazgo, por tanto, es el catalizador clave a la hora de hacer crecer los niveles de compromiso y productividad en cualquier empresa.
Esta afirmación, que a muchos les puede parecer algo abstracta, es muy tangible, como demuestra el ejemplo de Sundar Pichai, actualmente el más alto ejecutivo de Google. Como ha demostrado Pichai con su estilo de liderazgo humanista, las organizaciones en las que los máximos responsables adoptan un enfoque centrado en el bienestar de las personas y la generación de riqueza para la sociedad en su conjunto, el compromiso, la motivación y, en definitiva, el rendimiento de los empleados se dispara, alcanzando niveles muy por encima de la media.
En Google lo llaman ambiente psicológicamente seguro, y consiste en que los profesionales se sientan valorados y desarrollen ese orgullo de saberse parte integral de un propósito que va más allá de que el accionista se haga cada vez más rico. Este tipo de entorno no solo genera un aumento en la productividad y satisfacción laboral, sino que también impulsa a los empleados a superar sus propios límites, a intentar desarrollar todo su talento, a tratar de alcanzar su mejor versión cada día. Los entornos laborales donde se fomenta la seguridad psicológica multiplican el compromiso de sus empleados y hace que la mayoría de ellos desee ir más allá de lo mínimo esperado.
Por fortuna, cada vez son más las empresas que están siguiendo los pasos que Google y algunas otras grandes corporaciones comenzaron a dar a principios de este nuevo siglo. Cada vez son más los que adquieren conciencia acerca de los beneficios que proporciona a las empresas aplicar un estilo de liderazgo más humanista, especialmente en términos de productividad y compromiso.
Podemos decir que una gestión adecuada del fracaso es vital para el crecimiento y sostenibilidad de cualquier organización porque fomenta una cultura de aprendizaje y adaptabilidad continuos. Cuando los líderes empresariales ven los fracasos como oportunidades para aprender, los empleados se sienten más seguros a la hora de asumir responsabilidades, tomar decisiones o explorar nuevas ideas, lo cual es crucial para el desarrollo de la creatividad, para aumentar la capacidad de resolución de problemas y para el desarrollo continuo del talento. En definitiva, para mejorar la capacidad competitiva de la empresa en el largo plazo.
Cuando un líder es capaz de asumir y gestionar sus fracasos, está animando a sus empleados a hacer lo mismo. Les está invitando a convertirse en aprendices eternos, a ser más creativos y a innovar continuamente, sabiendo que no serán penalizados por esos errores.
El talento solo aparece cuando está en un entorno donde se siente seguro y sabe que no le castigarán por cometer un error. Sandro Botticelli, Miguel Ángel o el propio Leonardo da Vinci pudieron desarrollar todo su talento porque en la escuela de Verrochio no se les castigaba por explorar, por ser creativos, por cometer errores, sino que la familia Medici les invitaba a seguir aprendiendo y creciendo, sin miedo a equivocarse. Solo así florece el talento.