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El BCE no debe ser rehén del dogma de los padres fundadores

¿Qué podemos hacer juntos, para hacer frente a las consecuencias financieras de esta pandemia? Esta es la pregunta clave que el Eurogrupo ha estado discutiendo de forma intensa a lo largo de estas semanas. En los últimos años, la división entre los estados miembros del norte y del sur en cuanto a la gestión del […]

16 abr 2020

¿Qué podemos hacer juntos, para hacer frente a las consecuencias financieras de esta pandemia? Esta es la pregunta clave que el Eurogrupo ha estado discutiendo de forma intensa a lo largo de estas semanas. En los últimos años, la división entre los estados miembros del norte y del sur en cuanto a la gestión del equilibrio fiscal no ha disminuido.

Como en la fábula de la cigarra y la hormiga, los países “hormiga” del norte pueden mostrarse satisfechos de que en el corto verano que han disfrutado las economías europeas, han acumulado excedentes para amortiguar el deterioro de sus finanzas públicas.

Lamentablemente, no se puede decir lo mismo de las “cigarras” del sur de Europa. Sin embargo, es precisamente en estos países donde la pandemia ha tenido un efecto más dramático y donde las medidas de confinamiento para reducir el coste humano producirán el impacto económico más grave.

El inminente deterioro de las finanzas públicas de Italia es particularmente preocupante: incluso antes de la crisis, las perspectivas de crecimiento del país eran malas y, en ausencia de un crecimiento constante, será muy difícil soportar la carga adicional de la deuda causada por la pandemia. No es de extrañar que el primer ministro italiano haya sido el primero en pedir a Europa que diseñe nuevos instrumentos de “solidaridad financiera”.

La Comisión Europea respondió ofreciendo crear un fondo de 100.000 millones de euros para cubrir parte del coste fiscal de las medidas de desempleo a corto plazo aplicadas en casi todas partes. Por lo demás, se invitó a los países más frágiles a utilizar los instrumentos existentes: el Banco Europeo de Inversiones(BEI) -cuya capacidad de préstamo se reforzará- y el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) -cuya condicionalidad se redujo drásticamente. Sin embargo, no hubo unanimidad en cuanto

a la emisión de títulos de deuda emitidos conjuntamente para financiar colectivamente las consecuencias de la crisis. Seguir este camino sería abrir lo que los alemanes llaman la “Caja de Pandora”. No hay ninguna garantía de que este tipo de financiación, actualmente denominada “excepcional”, no se convierta en la norma en el futuro, hundiendo cualquier esperanza de que los

estados miembros más derrochadores acaben cumpliendo con la disciplina fiscal que subyace en los Tratados.

Para que haya alguna esperanza de que esa disciplina pueda desarrollarse algún día, los países de la zona del euro tendrán que demostrar su capacidad de responder a una crisis sin precedentes con medidas sin precedentes.

Corregir uno de los errores de los “padres fundadores” de la moneda única podría asegurar esto. Los arquitectos del sistema actual no sólo prohibieron al banco central comprar directamente la deuda de los estados miembros, sino que también negaron a los estados los recursos derivados de la emisión de billetes en circulación. Naturalmente, los beneficios que obtiene el BCE se transfieren a los gobiernos; pero no así la fuente de financiación constituida por la emisión de billetes.

Una forma de compartir el aumento de la deuda provocado por la actual contracción de la actividad sería acordar que el BCE mantenga en su balance la deuda pública por un importe igual al de la moneda en circulación, como hace la Reserva Federal de los Estados Unidos. Esta última sigue representando alrededor del 10% del PIB de la zona euro, es decir, casi lo que esta crisis sanitaria podría costar a cada presupuesto nacional. La poderosa naturaleza simbólica de tal decisión no se perdería entre los participantes. También dejaría definitivamente de lado -y fuera del mercado- las consecuencias fiscales del drama que se vive en nuestros países, al tiempo que fijaría un límite mecánico a la financiación monetaria de sus presupuestos. Que esto pueda implicar una adaptación de la redacción de los Tratados es inesencial: lo importante es anunciar que, para mantener el espíritu de los Tratados, estamos dispuestos a hacerlo.

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