Pese a los temores en torno al desabastecimiento de las cadenas mundiales de valor, durante los diez primeros meses de 2021, China anunció un crecimiento de su comercio exterior del 22%. Las exportaciones e importaciones chinas ascendieron hasta los casi cinco billones, con doce ceros, de dólares. Y, técnicamente, estas cifras se sitúan por encima […]
InternacionalDirigentes Digital
| 23 dic 2021
Pese a los temores en torno al desabastecimiento de las cadenas mundiales de valor, durante los diez primeros meses de 2021, China anunció un crecimiento de su comercio exterior del 22%. Las exportaciones e importaciones chinas ascendieron hasta los casi cinco billones, con doce ceros, de dólares. Y, técnicamente, estas cifras se sitúan por encima de los niveles anteriores a la pandemia. El comercio hacia la UE, segundo socio comercial de China tras las naciones del sudeste asiático (ASEAN), también creció un 13,7%. Y, mientras la exportación de bienes electrónicos aumentó un 22,4%, la industria ligera creció algo menos, apenas un 10%. “Estas cifras refutan las teorías del desabastecimiento desde China”, según aseguran varios analistas a DIRIGENTES.
En realidad, los cuellos de botella tienen varios orígenes, no solamente uno. Y dichos cuellos de botella no deben atribuirse a ningún país en concreto. “Los precios de la energía, coincidiendo con el alza reciente del petróleo, se han incrementado sobre todo en EE.UU.”, aclara Patrick Artus, del Banco Natixis, a DIRIGENTES. En Europa, además, el encarecimiento de la energía también afecta al gas natural. La producción es suficiente, tranquiliza Artus, pero algunos problemas logísticos están generando disrupciones en los suministros. China, al reducir el uso del carbón demanda más gas natural, lo cual ejerce presión sobre los precios. Pero la reducción del suministro de Rusia a Europa, o una relativa escasez global de buques metaneros, inciden al alza sobre los precios. La inflación industrial alcanzó este año cotas máximas de las últimas dos décadas en zonas del mundo desarrollado como EE. UU. o la UE.
Esta crisis de suministros, sin embargo, es una suma de muchos factores a la vez. La reducción china del consumo de carbón tiene un objetivo claro relacionado con su estrategia medioambiental. China aspira a ser un país neutral en emisiones de carbono antes del año 2060. Y, para ello, incentiva el uso de otras energías alternativas como las renovables o la energía nuclear. China, conviene recordarlo, tiene previsto construir 150 centrales nucleares en los próximos tres lustros. Todo ello le permitirá adelantar a EE.UU. como líder mundial de energía nuclear en 2050. Pero, ante picos de la demanda como los observados recientemente, con cortes eléctricos en algunas fábricas, China sigue teniendo cierta dependencia del carbón. Las importaciones chinas de carbón, en octubre, aumentaron un 96,2%. Y el problema ener-gético en China, al menos de momento, parece solucionado.
Otras fuentes del sector exportador también apuntan a la falta de contenedores. “El COVID-19, tras haber impactado antes en China, acabó expandiéndose por otros países. Por tanto, cuando China había recuperado su actividad exportadora, en otras naciones se produjeron confinamientos. Muchos contenedores no fueron enviados de vuelta a China. Y ahora faltan contenedores”, relata un empresario peruano, afincado en Pekín, a DIRIGENTES.
Durante la pandemia, además, hubo una reducción drástica en el consumo de servicios. Por el contrario, muchas familias recluidas en casa incrementaron sus compras relacionadas con el hogar, desde muebles hasta electrodomésticos. Estos picos en la demanda de ciertos bienes también han presionado bastante sobre determinados fabricantes. “Algunas navieras quizás están aprovechando para recuperar parte de las pérdidas derivadas del COVID-19”, lamenta otro empresario español a DIRIGENTES. “Antes, reservar un contenedor costaba 2.500 dólares. Pero ahora se llegan a pedir hasta 25.000 dólares”, añade.
Desde movimientos especulativos, hasta un exceso real de la demanda o los efectos del coronavirus, todas estas variables están afectando al comercio internacional. También la falta de personal en los barcos. El índice HARPEX, donde se recogen algunos precios del transporte marítimo de contenedores, parece haber tocado techo en octubre, si bien han comenzado a registrarse algunas caídas en las tarifas durante noviembre. En definitiva, son problemas puntuales e interrelacionados en todas las cadenas globales de suministro, los cuales deberán ir remitiendo conforme también lo haga la pandemia del COVID-19.
Cuando un bien se produce en dos o más continentes, su cadena de valor es “larga”, pues sus insumos intermedios deben recorrer una distancia de muchos kilómetros para ser ensamblados en forma de producto final. Por el contrario, si los insumos intermedios de un bien se producen en dos o más países pertenecientes al mismo continente, su cadena de valor será considerada “corta”.
Normalmente, se suelen asociar las cadenas cortas de valor con la seguridad del suministro, como si las largas distancias actuales pudieran poner en riesgo la producción final de un bien. Teóricamente, puede parecer más sencillo trasladar un semiconductor de América Central, a EE.UU., que hacerlo desde Asia. A fin de cuentas, América Central está más cerca, los fabricantes estadounidenses se podrían ahorrar el riesgo de una larga travesía en barco. Y hasta podrían reducir sustancialmente los costes del desconocimiento e incertidumbres asociadas a mercados tan distintos culturalmente como el chino. Sin embargo, el tejido industrial estadounidense sigue prefiriendo China a América Central, es decir, el “riesgo” de la distancia le sale a cuenta. En primer lugar, los costes de producción (incluido el transporte), son menores en Asia. Las infraestructuras, la cualificación del capital humano o el entorno de los negocios, desde la seguridad jurídica hasta la estabilidad social, todas son variables fuertemente correlacionadas con la eficiencia en la producción.
La distancia entre los distintos procesos productivos, desde esta perspectiva, es una variable secundaria. Asia, o en este caso China, ofrece mejores rentabilidades en comparación con otros países emergentes del continente americano. Uno podría proponer, entonces, “repatriar” a EE.UU., desde China, toda la producción de los teléfonos i-Phone®. Sin embargo, el coste laboral estadounidense es unas ocho veces superior al chino, si bien las diferencias llevan años acortándose considerablemente. Ahora bien, si EE.UU. ensamblase esos dispositivos en territorio estadounidense, los teléfonos móviles serían bastante más caros. En este caso concreto, la producción sería ineficiente, pues el trabajador medio estadounidense tiene más cualificación que la requerida para ensamblar dispositivos móviles en una fábrica. Y, en consecuencia, es más caro.
Salvo en circunstancias excepcionales e indeseables, obviamente, las firmas siempre van a intentar minimizar estos costes. Y, como la mano de obra cualificada es el factor relativamente abundante en las naciones desarrolladas, la solución nunca debe pasar por incentivar el trabajo menos cualificado. Al contrario, políticas educativas e industriales adecuadas son clave para reconvertir el antiguo empleo blue-collar, menos cualificado, en mano de obra cualificada. E, incluso, en nuevas empresas. Es positivo para las naciones desarrolladas, pues pueden dedicar su fuerza laboral a producir mejores bienes o servicios. Y es positivo para las naciones en desarrollo, también, pues pueden crear empleo e ir acumulando capital.
A largo plazo, como demuestra la experiencia de China, todos los países deben converger en un nivel de desarrollo económico alto. Como han demostrado las teorías clásicas, desde David Ricardo hasta Heckser-Ohlin, el comercio internacional no es un juego de suma cero. En condiciones óptimas, dado el veloz desarrollo de las comunicaciones, la longitud de las cadenas de valor no debería ser una variable a tener en cuenta. La solución a los problemas recientes con el suministro no es deshacer las cadenas de valor. Gran parte del electorado blue-collar, en la UE o EE.UU., demanda una protección efectiva de los trabajadores frente la globalización. Pero dicha protección pasa por ofrecer una transición, también en lo laboral, hacia actividades de valor añadido más alto. Acortar las cadenas de valor quizás sirviese para asegurar algunos suministros en la situación actual. Pero, a largo plazo, sería una fuente inagotable de ineficiencias en economías desarrolladas como EE.UU. o la UE.