A finales del siglo XIX, el New York Times publicaba una entrevista con Li Hongzhang, un destacado diplomático de la China imperial. En ella, Li mostraba su rechazo a la limitación de emigrantes chinos en Estados Unidos, una restricción que permaneció vigente hasta 1943. Su origen estuvo en una ola de desempleo que afectó a […]
InternacionalDirigentes Digital
| 19 oct 2018
A finales del siglo XIX, el New York Times publicaba una entrevista con Li Hongzhang, un destacado diplomático de la China imperial. En ella, Li mostraba su rechazo a la limitación de emigrantes chinos en Estados Unidos, una restricción que permaneció vigente hasta 1943. Su origen estuvo en una ola de desempleo que afectó a Estados Unidos. Los chinos, al ser mano de obra barata, pudieron sortear sus consecuencias. Pero las demás comunidades emigrantes en Estados Unidos, ante el desplome general de los salarios, acabaron señalando al colectivo chino.
¿Es esto libertad? – se preguntaba el diplomático chino en aquella entrevista. Ahora, dos siglos más tarde, se vuelve a plantear un conflicto similar pero con la guerra comercial sino-estadounidense como controversia fundamental. Los chinos -plantea Wang Yong, del Instituto de Política Económica Internacional en la PKU- creíamos tener razón entonces, pero también ahora. Antes, Estados Unidos prohibía “importar” trabajadores chinos porque los locales no eran competitivos, al menos en términos de productividad total. Ahora, Estados Unidos no permite importar bienes chinos porque desplazan a sus productos, generando una gran parte del empleo manufacturero en China. “MAKE AMERICA GREAT AGAIN!”, el archiconocido eslogan del actual presidente estadounidense, Donald Trump, implica devolver buena parte de esos empleos a EE. UU., señala Wang, en conversación con DIRIGENTES.
Los chinos, en ambos casos, tienen la percepción general de ser más sacrificados que el empleado medio occidental. Durante el siglo XIX, por una parte, trabajaban más horas que ninguna otra comunidad (lo cual les hacía imbatibles en términos de productividad total). Y, actualmente, el déficit estadounidense con China también tiene como trasfondo la mano de obra barata del gigante asiático. Ahora bien, para la opinión publicada china, los desequilibrios comerciales esconden una razón básica: Estados Unidos consume, con cargo a deuda, por encima de sus posibilidades. Ignoran estas voces chinas, sin embargo, que su empleo manufacturero depende en gran medida del consumo de los países occidentales, bastante tocado tras la última crisis. China, por otra parte, también culpa a Estados Unidos de los desequilibrios macroeconómicos mundiales. Desde su perspectiva, los chinos argumentan que dicho consumo excesivo desencadenó una crisis de deuda, la cual generó enormes desajustes. Por un lado, las políticas monetarias superexpansivas estadounidenses hicieron que entrara mucho dinero caliente en países como China, provocando una inflación de activos bastante notable. Esos fondos, con la recuperación económica estadounidense, están volviendo a EE. UU. Y los efectos de todo esto, según vemos, no están siendo beneficiosos para muchas economías emergentes, tampoco China. El dinero fácil procedente de Estados Unidos impulsó sensiblemente la inversión, pero también ha arrojado un endeudamiento superior al 250% del PIB. Antes de la crisis subprime estadounidense, ese volumen apenas alcanzaba el 150%, lo cual indica que la liquidez recibida durante los diez últimos años ha generado una enorme deuda en China. “Si EE. UU. cierra los mercados exteriores de China, dicha deuda puede constituir un problema creciente a medio plazo”, señala Chen Shaofeng, de la Escuela de Estudios Internacionales de la PKU, a DIRIGENTES. Estados Unidos, precisamente, exige a China que deje actuar al mercado para corregir los desajustes entre ambos países. Para empezar, no devaluando artificialmente la divisa china, como ocurre cada vez que interviene el banco central. Y, por otra parte, fomentando el consumo de sus agentes económicos, proporcionándoles la liquidez suficiente en dólares. China tiene la tasa de ahorro más alta del mundo. Los chinos se han sentido orgullosos de haber dedicado sus vidas al trabajo, sin apenas consumir, si bien esto ahora debe cambiar. El chino medio debe acostumbrarse a consumir, como lo está haciendo. Y el ajuste, en ese caso, será inevitable. Acabará produciéndose una revalorización del tipo de cambio, un alza en los salarios chinos o ambas cosas a la vez. El desarrollo tecnológico, a ambas orillas del Pacífico, reducirá notablemente los empleos manufactureros de bajo valor añadido. El empleo de calidad quizás se acabe repartiendo entre menos gente que antes, como parece estar sucediendo en EE. UU. Y esta transición, pese a la confrontación ideológica que se plantea desde ambos países, solamente puede tener una solución compleja. Una solución que, evidentemente, no pasa por subir aranceles sobre los procesos productivos más eficientes, como se propone desde EE. UU.