A pesar de haber llegado después que a Europa y Estados Unidos -por tanto, brindando tiempo suficiente para entender lo que funcionó y lo que no en los epicentros previos- la pandemia de covid-19 no ha sido combatida con unanimidad de acción en los países latinoamericanos. Cuando los gobernantes comenzaron a reaccionar, después de haber […]
InternacionalDirigentes Digital
| 23 jun 2020
A pesar de haber llegado después que a Europa y Estados Unidos -por tanto, brindando tiempo suficiente para entender lo que funcionó y lo que no en los epicentros previos- la pandemia de covid-19 no ha sido combatida con unanimidad de acción en los países latinoamericanos.
Cuando los gobernantes comenzaron a reaccionar, después de haber prácticamente desdeñado inicialmente los riesgos en varios casos, no lo hicieron alineados todos con las recomendaciones de la OMS como las mejores prácticas aprendidas.
Así, desde el confinamiento vertical al horizontal y estrategias híbridas, cada país fue adoptando, según múltiples rasgos idiosincráticos, una variante propia con más o menos éxito, más o menos aceptación de la sociedad, más o menos rédito para su gobernante.
Fuera de las diversas políticas sanitarias y económicas, quedó patente en las calles la desigualdad social preexistente, circulando ahora por allí sólo prestadores de servicios esenciales, vigilantes y médicos, además de trabajadores informales y los desamparados de toda protección social, también los “rebeldes”.
Brasil y Perú, independientemente de su tamaño, son ejemplos de acción gubernamental opuestas en extremo. El primero, con el presidente Jair Bolsonaro promoviendo un regreso rápido a la actividad económica y el aislamiento únicamente de grupos de riesgo.
Con discursos de tono doctrinario, el jefe de Estado se puso en contra de los gobernadores de todo el país y flirteó con la implantación de un estado de sitio permanente, incluyendo cierre del Congreso e intervención del Supremo Tribunal Federal (poder judicial), para imponer su voluntad en clima dictatorial.
Cuando la emergencia sanitaria estaba en ciernes, a mediados de abril, Bolsonaro despidió al ministro de Salud que seguía las orientaciones de la OMS y puso en su lugar a un médico que dijo estar “completamente alineado” con su línea de pensamiento.
“Todos vamos a morir, pero morirán muchos más de hambre cuando pase la pandemia y no tengan trabajo”. Con ese argumento, el presidente -que ha aparecido varias veces en público tosiendo sin tomar los cuidados recomendados- obtuvo el apoyo de empresarios, comerciantes y un sector de la población, mientras la fuerza militar, que supuestamente avalaría su plan, mantuvo su reserva de opinión oficial.
La muerte también fue utilizada como argumento en Perú, aunque aquí como advertencia para quienes no respeten el confinamiento total al que obligó el Gobierno. “Está exento de responsabilidad penal el personal (militar o policial) que, en cumplimiento de su función constitucional, cause lesiones o muerte”, estableció la ley creada para combatir el contagio.
El presidente Martín Vizcarra, tras afirmar que Perú es el país que más test realizaba en la región (unos 12.000 diarios hacia finales de abril), dijo que evaluaba reanudar gradualmente las actividades durante el mes de mayo.
“Luego, comenzamos la segunda fase a partir de junio. Tenemos que generar las condiciones para llegar a la normalidad”, anticipó, estimando que las elecciones presidenciales y legislativas previstas para abril de 2021 podrán realizarse sin retrasos.
En el plano económico, el Gobierno destinó recursos equivalentes al 12% del PIB (23.000 millones de euros) para atender a las empresas y a la población más vulnerable durante el frenazo total de actividades.
Esta cifra destaca entre los países vecinos y fue calificada de “histórica” por autoridades y analistas. “Tenemos espalda fiscal para tomar medidas audaces”, dijo la ministra de Economía María Antonieta Alva, en coincidencia con el expresidente del Banco Central, Jorge Chávez, que consideró que las finanzas públicas peruanas “son las más fuertes de América Latina”.
La actuación en ambos frentes, el sanitario y el económico, coloca a Perú como el que ha atendido aparentemente de manera más equilibrada las dos primeras dimensiones que se prevé serán afectadas antes de producirse efectos sociales en la pospandemia.
El presidente de Argentina, Alberto Fernández dijo que su prioridad era “cuidar la salud” y reconoció que habrá “muchas pérdidas económicas”. Su gestión destinó 5.250 millones de euros para los mismos sectores, aunque en su caso equivale a apenas el 1% de su PIB.
Los argentinos parecían no corresponder al mandatario: casi un millón y medio de personas fueron notificadas por infringir la cuarentena y 32.631 terminaron detenidas. Fernández manejaba la hipótesis de que el pico de los contagios ocurrirá en el inicio de mayo.
Chile -el tercer país hasta entonces con más casos en la región- también esperaba la mayor cantidad de contagios a comienzos de mayo. En la última semana de abril, había dispuesto el regreso paulatino de los servidores públicos a sus oficinas.
El gobierno de Sebastián Piñera había destinado 12.000 millones de euros para ayuda a pymes, seguro de desempleo y trabajadores informales. El país había realizado (al 20 de abril) más de 100.000 exámenes y mantenía una media de 6000 test diarios.
En suma, considerando las debilidades de sus sistemas de salud, Latam “puede ser la mayor víctima de la covid-19”, dijo Miguel Lago, director del Instituto de Estudios para Políticas de Salud, de Río de Janeiro, al portal BBC Mundo.
En 2017, la región invirtió tres veces menos que la Unión Europea en salud: 990,6 euros per cápita contra 3096, respectivamente, según datos de la OMS. Pero no es sólo la inadecuada estructura sanitaria lo que ha quedado en evidencia con la pandemia.
A la vista de la informalidad laboral, paro, pobreza y recesión presentes en esas economías, la macroeconomía calcula una contracción de hasta -4% “o incluso más”, como consideró la Cepal en su informe “América Latina y el Caribe ante la pandemia del COVID-19: efectos económicos y sociales”.
A escala micro, mientras tanto, el efecto es esa desolación apocalíptica que se observa en las ciudades, donde el tiempo parece haberse detenido para dar lugar a una presencia invisible, amenazadora, que ha llevado a millones a refugiarse en casa, mientras en el frente, en las calles, han quedado para luchar sólo los soldados anónimos de esta guerra desigual.