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Las claves para entender la inversión de impacto

La inversión socialmente responsable, también conocida como inversión bajo los criterios Ambientales, Sociales y de Gobierno corporativo (ASG) es mucho más amplia de lo que puede parecer a simple vista. Además, lo es en muchos sentidos. Las temáticas dentro de este estilo de inversión son amplias, pero también lo son las estrategias empleadas para llevarla […]

26 sep 2021

La inversión socialmente responsable, también conocida como inversión bajo los criterios Ambientales, Sociales y de Gobierno corporativo (ASG) es mucho más amplia de lo que puede parecer a simple vista. Además, lo es en muchos sentidos. Las temáticas dentro de este estilo de inversión son amplias, pero también lo son las estrategias empleadas para llevarla a cabo y los activos que se pueden emplear para desarrollarla. Se puede invertir en renta fija, en renta variable o en private equity, entre otras cosas. De la misma manera, para hacerlo se pueden utilizar estrategias de exclusión, de ‘best in class’ o de impacto, principalmente. Pero, dentro de todas ellas, la más complicada de llevar a cabo, y al mismo tiempo la que tiene una mayor repercusión en la mejora medioambiental, social y laboral, es la inversión de impacto.

Se entiende como inversión de impacto aquella que es medible y cuyo impacto puede ser cuantificado. “Significa la construcción de un proyecto de inversión sobre la base de una problemática social, un fallo de mercado, que el capital del fondo va a contribuir a solucionar de una forma directa, medible y reportable a inversores con cada empresa invertida”, comenta Pedro Goizueta de la gestora Global Social Impact. Por tanto, entre las características clave del concepto de inversión de impacto está la noción de intencionalidad y adicionalidad. “Una solución de inversión de impacto debe mostrar, por adelantado, su intención de crear un impacto positivo medible. En nuestra opinión, esta noción es relevante en cualquier contexto en el que opere la inversión de impacto (mercados públicos o no públicos)”, señala Laura Donzella, responsable de Clientes Institucionales e Intermediarios para la península ibérica, Latinoamérica y Asia, Nordea Asset Management.

Las diferencias con la inversión sostenible generalista

Con la definición dada se pueden intuir las grandes diferencias que tiene con la inversión sostenible más general. “La inversión de impacto llega al mayor grado de exigencia dentro del espectro posible de inversión responsable”, asegura Alicia García Santos, responsable de M&G para España, Portugal y Andorra. La experta asegura que esta estrategia va más allá de la simple exclusión de sectores o compañías e incluso es un estilo más profundo que la inversión en compañías que integran los criterios ASG. “Cuando hablamos de inversión de impacto, nos referimos a invertir en compañías que ya están generando y persiguen de forma explícita un impacto positivo neto para la sociedad, abordando retos medioambientales o sociales. De este modo, se persigue un doble objetivo: generar un impacto positivo, medible y sustancial en la sociedad y obtener una rentabilidad financiera”, añade García Santos.

Desde Amundi destacan que la inversión de impacto se diferencia por tres factores principales: la intencionalidad, la adicionalidad y la mensurabilidad. Es decir, cuando un inversor invierte en impacto sabe de antemano a qué proyecto va a ir destinado su dinero y qué repercusión va a generar a nivel medioambiental o social. A diferencia a la inversión sostenible más general que se centra en aquellas empresas que integran los criterios ASG en su actividad, pero no se focalizan en un proyecto en concreto.

¿Cómo se invierte en impacto?

Una vez que se conoce de qué se trata la inversión de impacto en la teoría, falta llevarlo al terreno práctico. Como se puede suponer, desarrollar esta estrategia no es sencillo, ya que se debe centrar en proyectos que sean medibles. Va más allá que analizar las buenas prácticas de las empresas cotizadas o descartar la inversión en determinadas compañías debido a las labores a las que se dedican (tabaco, alcohol o altamente contaminantes). “Aunque la inversión de impacto tiene sus raíces en las empresas sociales y el capital privado, ha evolucionado rápidamente, con oportunidades en otros tipos de inversiones. La inversión de impacto se ha convertido en un estilo que puede aplicarse a todas las clases de activos”, asegura Sarah Norris, Investment Director de Aberdeen Standard Investments.

La Encuesta Anual de Inversores de Impacto para 2020 de la Red Global de Inversión de Impacto, reveló un crecimiento significativo de las inversiones de impacto en todas las clases de activos, aunque destacan las acciones de empresas cotizadas, que crecen a una tasa del 33% CAGR de 2015 a 2019. Los activos reales ocupan el segundo lugar en la tasa de crecimiento más rápida durante el mismo período, con un 21% CAGR. Pero lo más impresionante es que los encuestados informaron de que los activos bajo gestión en la inversión de impacto ascendían a 404.000 millones de dólares a finales de 2019. Alrededor del 75% se invirtió directamente en empresas, proyectos o activos y el 25% se invirtió indirectamente, con gestores de fondos. Y esto se distribuyó entre las clases de activos, dividido por igual entre la deuda privada, el capital público, el capital privado, los activos reales y la deuda cotizada.  

Tradicionalmente, la forma más extendida de invertir en impacto es mediante los bonos verdes y el private equity, principalmente. Los bonos verdes son emitidos para sufragar un proyecto que mejora la sostenibilidad de la compañía o incluso por los diferentes gobiernos para poner en sacar adelante distintas iniciativas. Mientras que el private equity consiste en la inversión en empresas que no cotizan en los mercados, pero que su labor se centra en la mejora del planeta en diferentes niveles. “La inversión de impacto puede darse a través de activos privados, lo que incluye deuda privada, activos reales y financieros, así como private equity. De este modo, se puede invertir en impacto a través de un abanico de clases de activo sumamente amplio, lo que hace que esté disponible tanto para inversor institucional como inversor final”, añade la responsable de M&G para España, Portugal y Andorra.

La complejidad de desarrollarlo en la renta variable

En un primer momento, puede parecer que invertir en compañías cotizadas dentro de la inversión de impacto puede ser más complicado, principalmente por la dificultad que tiene medir el impacto de la inversión. “Inicialmente, la inversión de impacto tradicional se centraba, y sigue haciéndolo, en inversiones en mercados privados, empresas u organizaciones no públicas o con poca liquidez”, explica Donzella.

Sin embargo, desde la gestora Amundi comentan que, a pesar de los desafíos inherentes a la renta variable, “existen vías para que los gestores aumenten el potencial de sus prácticas de adicionalidad, intencionalidad y presentación de informes en lo que respecta al impacto”. Aun así, explican que las acciones cotizadas como clase de activo para una estrategia de impacto “son relativamente nuevas y se enfrentan a muchos desafíos a los que las estrategias tradicionales de inversión de impacto no cotizadas no se enfrentan (falta de transparencia y verificabilidad de los datos de impacto, falta de transparencia en torno a la conexión del impacto con la financiación de un inversor, etc.)”, sostienen.

Para Andrea González, subdirectora general de Spainsif, la viabilidad de la inversión de impacto en renta variable “presenta más retos que en renta fija o mercados privados, donde es demostrar la intencionalidad, adicionalidad y medición del impacto ambiental y social de la inversión es más lineal”, sostiene la experta. Sin embargo, la experta sostiene que encontrar evidencias del impacto en productos de renta variable “sería muy interesante, pues podría tener un gran efecto a la hora de escalar la dimensión y canalizar grandes volúmenes de inversión de impacto hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible”.

En cuanto a la renta fija de impacto, “creemos que la deuda es un instrumento muy válido para llevar a cabo nuestro modelo de inversión de impacto social. La deuda puede tomar varias formas, más o menos parecidas a la inversión en capital”, comenta Goizueta.

Inversión de impacto, ¿solo para la gestión activa?

Como ya se ha visto, la inversión de impacto requiere de un mayor análisis y conocimiento de los proyectos a los que va a ir destinada la inversión, por eso abe preguntarse si es un estilo que necesita gestores activos o si también podría trasladarse a la gestión pasiva. “En el caso de la inversión de impacto, es posible que la gestión sea indexada en el momento en que existen índices de impacto generados por los principales proveedores de datos y rating de sostenibilidad”, asegura la subdirectora general de Spainsif. Aunque a día de hoy no existen estos productos en renta variable, sí se puede encontrar un equivalente en la renta fija. Un ejemplo de esto podrían ser los fondos indexados de bonos verdes de impacto que cumplan con las características de intencionalidad, medición y adicionalidad.

Sin embargo, para Sarah Norris, “la gestión activa es un componente esencial del éxito de la inversión de impacto, especialmente en la renta variable”. La experta que, dado que la inversión de impacto no sólo evita el daño y beneficia a las partes interesadas, “sino que también contribuye a las soluciones, el nivel de análisis requerido significa que no hay filtros para el impacto. No puede hacerse de forma pasiva”.

Sin embargo, las opiniones al respecto son muy variadas, ya que desde Amundi explican que ellos cuentan con varias carteras indexadas clasificadas como Artículo 9 (fondos que tienen específicamente metas sostenibles como objetivo) en la normativa SFDR (Reglamento sobre Divulgación de Finanzas Sostenibles) y que replican índices de transición climática o alineados con el Acuerdo de París – Clima Transition Benchmark (CTB) o Paris Aligned Benchmark (PAB)-. 

La conclusión que podemos extraer sobre la inversión de impacto es que es la que va más allá dentro de las finanzas sostenibles buscando que el dinero no solamente genere una rentabilidad financiera, sino una consecuencia positiva y medible para la sociedad y el planeta.

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