La historia es conocida. Un microorganismo de un tamaño menor a una micra emerge con toda su carga mortífera en China, atraviesa la Gran Muralla y provoca un brote infeccioso de enorme magnitud en Italia, desde donde se propaga por todo el continente europeo causando una enorme desolación sanitaria, económica y social. Corría el año […]
Dirigentes Digital
| 09 jun 2020
La historia es conocida. Un microorganismo de un tamaño menor a una micra emerge con toda su carga mortífera en China, atraviesa la Gran Muralla y provoca un brote infeccioso de enorme magnitud en Italia, desde donde se propaga por todo el continente europeo causando una enorme desolación sanitaria, económica y social. Corría el año 1347 de nuestra era y el bichito en cuestión, un bacilo Gram anaerobio conocido por la Yersinia Pestis, exterminó a la mitad de la población existente en el planeta, pandemia que todos conocemos hoy como la peste negra. Ciudades enteras quedaron borradas físicamente del mapa. Y una república tan floreciente como la de Florencia quedó reducida a su quinta expresión: solo sobrevivió un quinto de la población.
Los efectos de esta pandemia alteraron el orden económico mundial. Las relaciones laborales, basadas hasta entonces en el dominio del señor feudal sobre los siervos de la gleba, mutaron progresivamente en un nuevo tipo de contratación. Sin siervos a su amparo, los señores se vieron obligados a importar mano de obra de otras regiones menos damnificadas. Y se inició entonces una nueva era basada en el capital y el trabajo asalariado que conocemos por el Renacimiento.
¿Qué lecciones cabe extraer de aquella bacteria infecciosa para comprender qué sucede hoy con el coronavirus SARS-CoV-2? Durante los tres meses que llevamos en estado de alarma hemos reflexionado sobre esta pandemia que nos ha exclaustrado de nuestras fábricas y oficinas para confinarnos en nuestros hogares, paralizando la economía y las actividades sociales de ocio y entretenimiento. El turismo, industria que representa el 10,4% del PIB mundial, se ha desmoronado con millones de puestos de trabajo temporal o definitivamente perdidos.
¿Cabe atisbar en el horizonte una pronta recuperación o será gradual en la medida en que se vaya reactivando el resto de los sectores económicos? Los aviones, sin duda, volverán a despegar; pero, ¿cuánto tiempo les tomará a los viajeros adquirir otra vez pasajes aéreos?, ¿cuántos negocios estarán condenados a desaparecer?, ¿cuántos hoteles no abrirán más sus puertas?, ¿cuántas viviendas turísticas volverán a ser residenciales?, ¿cuántos restaurantes cambiarán sus salas por la actividad de reparto a domicilio?
Nadie puede dudar ya de que este nuevo Renacimiento va a acelerar la transformación digital, tecnológica y sostenible de nuestro mundo. El teletrabajo y la logística producirán una convulsión en las relaciones laborales del mismo modo que el bacilo Gram de la peste negra sentó las bases laborales del capitalismo moderno. Esta nueva era del conocimiento y la automatización privilegiará el trabajo autónomo sobre el asalariado, la creatividad humana sobre la mecánica de los servicios, los viajes experienciales sobre la serialización masiva del turismo.
Si algo ha demostrado esta pandemia es que, por primera vez en la historia, este virus -que es un virus global- ha demostrado que la globalización no es ya un sueño de la Humanidad, sino la realidad palpitante de un planeta en difícil equilibrio que es nuestra casa, la casa de todos, y que todos hemos de cuidar.