El síndrome del objeto brillante no es una enfermedad, es simplemente una distracción por algo novedoso. Nos pasa a todos. Lo nuevo por el simple hecho de serlo es mucho más atractivo y lo priorizamos con escasa indagación. En el contexto de los negocios y en especial en el ámbito de la transformación digital, en […]
Dirigentes Digital
| 18 jun 2020
El síndrome del objeto brillante no es una enfermedad, es simplemente una distracción por algo novedoso. Nos pasa a todos. Lo nuevo por el simple hecho de serlo es mucho más atractivo y lo priorizamos con escasa indagación.
En el contexto de los negocios y en especial en el ámbito de la transformación digital, en el que continuamente están apareciendo tecnologías disruptivas, el síndrome adquiere una importancia especial, tanto por su impacto a nivel económico como en el del negocio.
No hay nada peor que decidir desde la ignorancia empezando la casa por el tejado, es decir, por la tecnología sin tener clara la estrategia y el plan de acción.
Hoy los empresarios y ejecutivos que no entienden las posibilidades de las nuevas tecnologías digitales tienen muchas posibilidades de caer en este síndrome del objeto brillante e invertir en herramientas digitales en apariencia atractivas, pero, en muchos casos, de escasa relevancia para el crecimiento y desarrollo de su negocio.
Según un estudio de McKinsey, estos líderes desinformados, son más proclives a realizar inversiones digitales fragmentadas, superpuestas o de escala insuficiente, perseguir iniciativas en el orden incorrecto, o pasar por alto medidas básicas que facilitarían el logro de otras más avanzadas.
Los ejecutivos que están anclados en su zona de confort y no tienen una visión amplia son mucho más propensos a caer en el síndrome del “objeto brillante” invirtiendo en ideas geniales que seguramente tengan un alto impacto en los negocios adecuados pero que resultan inútiles y por lo tanto caras para la propia organización.
El riesgo de precipitarnos y equivocarnos por las bondades de alguna nueva tecnología vendida con entusiasmo por algún proveedor, sin tener claro su encaje en los objetivos de la compañíaes muy elevado. Ir más rápido “sin cabeza” tiene todas las papeletas para tener las consecuencias contrarias a las esperadas: sobrecoste, desánimo de los equipos, mala experiencia de los clientes, etc.
La tecnología soluciona situaciones muy problemáticas, pero desde luego lo que no soluciona es la falta de estrategia.
Parece clara la gran diferencia entre comprar tecnología para ser modernos o invertir en tecnología para dar sentido y potenciar la estrategia y situar la experiencia de nuestros clientes en otra dimensión.
Afortunadamente existe unbuen tratamiento para eliminar este “síndrome” y pasa por tener bien definidas las prioridades y la hoja de ruta de la transformación que partirán de un propósito ilusionante y significativo que atraiga tanto a clientes como al talento, que inspire una estrategia que sitúe al cliente en el centro de la actividad, con un plan que evolucione las dimensiones clave de la organización y una tecnología que actúe como facilitadora e impulsora de esta transformación.
En un mundo en el que la velocidad se ha impuesto en el día a día y en el que es necesario tomar decisiones con gran rapidez, es imprescindible identificar las fuentes adecuadas e invertir tiempo en entender las distintas opciones que barajamos y seleccionar aquellas alternativas, en este caso tecnológicas, que encajen y ayuden en el crecimiento y competitividad de la organización.
Los riesgos son inevitables en momentos de cambio como los actuales, pero hay algunos, como la inversión en las nuevas tecnologías, que requieren de una concentración y análisis especial pues, aparte del alto impacto presupuestario tiene otro, seguramente más importante y que a menudopasa desapercibido como es el coste de oportunidad, un coste que en la economía digital tiene un impacto de máxima relevancia.
Por lo tanto, como sí que se puede ¡evita el síndrome del objeto brillante!